miércoles, 12 de marzo de 2008

El eterno desafío con Chávez

Fui en la noche y no me arrepentí de haberlo despertado. El reloj del hotel marcaba las 12 am. La recepcionista me miró mal y estoy seguro que no me creyó periodista como me presenté, sino homosexual. Más aún cuando acepté subir a su habitación, tal como él lo había propuesto.
Y en las escaleras hallé la explicación a tanta apertura de ese huésped venezolano y flamante amigo. Él quiere contarme lo que nadie cree; o mejor dicho, lo que nos hacen creer que no creamos de Hugo Chávez y Venezuela.
La noche seguía, pero ya era otro día. Le pedí que me hable de un cambio sustantivo en la vida venezolana desde que llegó Chávez...

- Pues ahora queremos a nuestro país y pocos se quieren ir. Ya no es como antes. Te hablo de los pobres, los excluidos.

D’Angello era el director de un grupo juvenil de ópera venezolano que había llegado a Trujillo para presentarse en el Teatro Municipal. Lo conocí mientras dirigía el ensayo y lo entrevisté para hacer mi nota.
Por la noche su grupo se presentaba y le propuse una nueva entrevista, después de la función, sobre otro tema: política.

Yo tenía mucho interés de conocer cómo se vive en Venezuela hoy en día. América TV, RPP, El Comercio, Correo, CNN, EFE, etc. son puro críticas contra el régimen de Chávez. ¿Por qué creer en medios que no dicen ni pío ante tanta masacre estadounidense en Irak, pero reniegan cuando un presidente sudamericano le dice a Bush sus verdades ante la misma ONU? Es craso error confiarse solo en los medios tradicionales.

Esa noche casi me quiebro, cuando el venezolano y yo hablábamos de identidad, patria. Me había dicho que ahora ellos quieren a su país mucho más que antes. Y me devolvió la pregunta:

- ¿Cómo es acá? ¿Qué sientes por tu país?

Yo no tenía una respuesta pensada, pero esta salió como si así lo fuera.

- Siento que no me quiere. Siento que no le intereso. Que si soy bueno o malo, igual le da. Siento que al Perú no le importo. Eso mismo que siento hace que otros se quieran largar del país.
Mantenía el gesto adusto y la mirada hacia abajo, de vergüenza, porque era como hablar mal de mis padres ante un vecino.

Cuando me contó que en su país el presupuesto para arte y cultura se había multiplicado por siete con relación al de 1998, me deslumbró. “Han aumentado las orquestas sinfónicas, los grupos teatrales…” y lo revolucionario, lo verdaderamente revolucionario es que ahora los elencos artísticos se presentan en los barrios pobres gratuitamente.
Y qué paradoja de la vida. Eso me lo dijo tres horas después que su grupo de cantantes líricos se presentase en el Teatro Municipal, ante escasa concurrencia.
Tres meses después, con otro grupo de venezolanos, esta vez danzantes, tuve mi segunda entrevista sobre el mismo tema. En esta ocasión se emitiría un reportaje por el canal.
Todos jóvenes me hablaban bien de la nueva Venezuela, a excepción de su directora. Trabajé el reportaje y lo emitimos vía Canal 35. A los tres días mi jefe me advierte que no vuelva a publicar un reportaje así. Que la disposición viene de la alta jerarquía.
Y en aquel momento pude comprobar una vez más lo que tanto se hablaba en la universidad. “En los medios no haces lo que quieres, sino lo que tus jefes quieren”. Es una verdad, pero a medias, porque al final el bendito reportaje fue divulgado. Ahí lo tengo de recuerdo, lo tengo en mi mente. No me considero chavista, pero sí defensor de que se digan las cosas como son: si hay malas, díganse; si hay buenas, también. Pero no engañemos, ocultemos ni exageremos. Muchos no tienen idea de qué pasa en Venezuela y quién es Hugo Chávez.